martes, 2 de noviembre de 2010

EL ANSIA…! By Jorge Sors. 02/11/10.

EL ANSIA…! By Jorge Sors. 02/11/10.


El ansia colma de sed su garganta reseca por la ausencia, sus ojos entrecerrados apenas dejan ver su voraz contenido, una mirada que eriza la piel y congela los sentidos, solo algunos acordes de decadentes melodías le acompañan en su nicho, esas que recuerda vívidamente como cuando podía descontrolarse frenéticamente ante aquel ruido y estupor, dando rienda suelta a sus placeres ocultos y dejando aflorar a la bestia que debía mantener oculta para conservar las apariencias.
Se sentía agobiado por su última existencia carnal, rodeada de insatisfacciones y mentiras, una fachada férreamente elaborada, que daba soporte y brillo a su careta, y a su desgastado andar, como si pesaran sobre el todos los años de la humanidad. Ese cuerpo desgastado por los últimos días de abstinencia y reflexión, lo llevaron a retirarse. Buscó un lugar alejado, seco y libre de plagas. Se dirigió a las afueras, a la periferia de aquella infernal metrópolis colapsada de gente enferma y mundana.
Con sus propias manos envejecidas y resquebrajadas, esas que una vez rebosaron de placer al apagar la luz y entregarse por completo a devorar a su presa, a beber su savia y conservar sus pieles como recuerdo de caza de aquella jornada nocturnal, empezó a escarbar lentamente, y al paso de las horas ya una tumba se disponía a recibirle y darle cobijo bajo algunos metros de aquella tierra que tanto odiaba, y que debió compartir con esos seres inferiores que se tornaban plácidamente en su alimento, siendo los inferiores y poco instruidos sus bocados de paso, y los eruditos y adolescentes en plena flor sus manjares exquisitos y casi inalcanzables. No era un antropófago, solo disfrutaba del agradable y tibio gusto de la sangre saboreada delicadamente, y del simple hecho de hacerlo sus esclavos y sirvientes antes de apartarles permanentemente de sus miserables vidas. Lo que realmente necesitaba para mantenerse en pié, era la sabia que brotaba más profundamente, el fluido espinal que le daba estabilidad y constancia a sus días, el que podía regenerar sus quebrantos y reparar su más pestilentes heridas.
Habiendo terminado de cavar aquel agujero obscuro y decadente, este sería su guarida por un tiempo al menos, quizá hasta sentirse recuperado y liberado de algunas culpas.
 Este mundo en el que vivió  ya le aburría, por ahora la historia presente no tenía más que ofrecerle a su bien formada cultura y a su amplio espectro de instrucción sobre todas y cada una de las artes y disciplinas que podía desarrollar un ser humano corriente.
Sus mejores pertrechos los depositó en el fondo de aquel hoyo, se puso su túnica purpura y su habitual traje negro, sus guantes manchados de tanto pecar, y sus anteojos preferidos. Se ungió con una mezcla de hierbas y esencias que lo mantendrían alejado de insectos molestos  y cuya fórmula era imperecedera.  También dispuso de unos cojines gruesos y bien acolchados que acunarán su prolongado descanso y luego desde el fondo comenzó a horadar bajo la tierra que había apilado y a colocarla sobre él hasta quedar completamente cubierto; el resto el tiempo y los embates del clima de aquel invierno pétreo se ocuparían de encubrir los rastros que quedaban de aquel extraño acto de escape.
Al cerrar su ojos, y concentrarse profundamente para alcanzar aquel estado que le permitiera desligarse de sus funciones naturales, y no requerir de nada, salvo del sueño que pareciese eterno si fuese contado en años humanos, los pensamientos y las memorias llegaron lentamente a acariciar su lento respirar. Lo primero que recordó, fue el ansia, esa que sentía calando hondo en sus entrañas, que le causaba un dolor agudo y punzante entre las costillas y la espalda, y que luego podía hacer brotar profusamente sangre desde  su nariz, lo cual era señal inequívoca de que debía saciarla lo antes posible. Y fue esa sensación imborrable la que lo llevó a dispensar una prolongada vida mortal, esa última que había enterrado con él.
En ese paseo entre el mundo material y los cuerpos pululantes de humanos dedicados a lustrar sus propios egos hasta desgastarlos como un calzado viejo, consiguió a una dama esbelta de carácter indomable, preparación desbordada, cultura inimaginable  y moral poco reprochable,  costumbres propias de una monarca de tiempos mejores, donde él disfrutó mucho más de sus estadías por el suelo que ahora lo cubre. Y así dispuso de las riquezas acumuladas durante sus vidas pasadas, y compartió con ella una recargada mansión en pleno centro de la ciudad, una construcción antigua que él mismo hizo restaurar bajo su propia supervisión, estampando en ella su toque personal y haciendo alarde de los más exquisitos baluartes arquitectónicos y decorativos. Allí su concubina instruía en clases de violín y piano a jóvenes provenientes de los alrededores y de los lugares más recónditos, los cuales, en algunos casos, era posible desaparecerlos sin dejar rastro alguno que pudiera implicarlos en tal hecho, y eran convertidos en su festín y disfrute, alimento y desquiciado delirio por dar y recibir placer. Algunos  jóvenes eran ya parte de la rutina y se hacía constante su visita; las tardes transitaban entre acordes y sinfonías, delirios y sueños de expresar a través de las notas sus más ocultas melancolías.
Él en cambio se especializaba en historia y filosofía, las letras eran sus profanas amantes, y con ellas se emplazaba durante largas jornadas de abstracción y goce, cual damiselas dispuestas a ser tomadas y poseídas. La música acompañaba también eternamente ésta pasión.
Daba clases en una universidad reconocida y prestigiosa, era decano de la facultad de filosofía y literatura, y ya poseía un claro reconocimiento en el medio que toda su antología le precedía. Daba clases por las tardes y disfrutaba de la presencia de aquellas mentes habidas del conocimiento que les impartía. Por las noches asistía a reuniones de canto y poesía, y entre el vino que fluía como el agua sobre los manantiales y la tinta desperdigada por el aire rancio y enrarecido, lleno de humo y añil, dejaba volar sus frases y otros sus más implacables melodías.  
Entre sus estudiantes, los cuales siempre respetaba por ser seguidores de sus enseñanzas y tolerar su sórdida presencia, estaban prestos a ingerir toda esa montaña de información que él dispensaba sobre ellos, haciéndolos cada vez más unos seres superiores y bien formados, pero había algunos que eran sus amantes taciturnos; en los obscuros recodos aprovechaban para entregarse sin reparo a sus deseos y a satisfacer todos sus placeres mas secretos. Pero no les apagaba la existencia por lo antes expuesto y por temor a quedar en evidencia.
Durante algunos años disfrutó a su pareja, juntos asistían y celebraban eventos y reuniones sociales, colmadas de respetables personalidad y virtuosos músicos. También  compartían noches de teatro y cine alternativo y contemporáneo, exposiciones en museos y cenas llenas de lujos donde se gastaba sin reparo.
Así transcurrieron los años, muchos quizá y otros demás, esos en los que la enfermedad apartó a su amante constante, a su  compañera y concubina de aquellos placeres que disfrutaban en comunión y entrega sincera. Una enfermedad carcomió sus últimos días de prolongada agonía hasta dejarla sin vida en los brazos de aquel amor que le entregó todo, y hubiese dado su eternidad por hacerla volver. Tras su muerte, él se quedo apesadumbrado e inconsolable, pues de ésta existencia era lo que más quería y ahora añoraba. Se despidió de los encuentros vespertinos y nocturnos con la sociedad y se consagró a solventar su carencia con amantes fugaces que luego lapidaba en lugares lejanos e inaccesibles.
Su vida se deformó en un infinito grito de agonía, y  por eso decidió morir ante los ojos de los hombres, y se dejó caer. Le consiguieron frente a la entrada de su mansión, aparentemente muerto tras recibir unas puñaladas severas y hondas que le desgarraron hasta lo más profundo; parecía el sello de un robo, pero todo había sido orquestado para interpretar su despedida.
Legó todo a la sociedad de filosofía y letras que apadrinaba a estudiantes carentes de recursos pero dispuestos a instruirse en estás artes, sellando su propio destino a la inmortalidad de la historia.
Se apartó de su sepulcro procurado por las manos de los mortales que lo conocieron y se retiró para llegar ante aquel campo donde dispuso su morada final; al menos por ahora sigue allí, esperando que llegue el momento adecuado para volver.
(Nota: Hoy 02/11 dedicado a los eternos ausentes…, esos que ansiamos volver a ver, pero esperamos no encontrar en la obscuridad de la noche).
(PETE STEELE …! live forever).

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